Franciscus, Communicator

Franciscus, Communicator

Ha nacido una estrella

El 13 de marzo de 2013, el Cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio se asomaba a la Logia de las Bendiciones de la Basílica de San Pedro. Bergoglio, que había llegado a Roma como un Cardenal al borde de la jubilación, poco conocido fuera de los ambientes argentinos y los ambientes eclesiales, acababa de ser elegido como cabeza de la Iglesia Católica.

Su primera “puesta en escena”, una intervención de menos de diez minutos iba a definir su papado y marcar el destino de la Iglesia durante el mismo. Una identificación de la jerarquía como servicio, el amor a la Iglesia más allá del protagonismo personal y una visión optimista, que solo justificaba la confianza en Dios, ante una situación llena de dificultades.

Desde entonces el Papa Francisco se ha convertido en un actor protagonista de la escena mundial. Ese mismo año Francisco era el líder mundial más buscado en Google, y desde entonces sus cuentas en Twitter, heredadas de Benedicto XVI, superan los 50 millones de seguidores y sus mensajes alcanzan unos niveles de interacción inéditos para un personaje público, logrando ese milagro de la viralidad que consiste en que se distribuyan con éxito incluso textos apócrifos. Elegido como la persona del año por distintas publicaciones, en la era de la desconfianza su estilo de liderazgo se estudia con detalle y hasta los jóvenes lo han adoptado como una referencia.

APERTURA Y LIDERAZGO

Cuando Francisco llegó al Vaticano, hace cinco años, la Iglesia atravesaba un complicado momento histórico. Se enfrentaba por igual a la irrelevancia externa y a crisis internas. Su presencia en los medios se contaba por escándalos. Como el del IOR, las filtraciones internas conocidas como el “Vatileaks”, los escándalos de pederastia… Consecuencia o no de lo anterior, la renuncia de Benedicto XVI, había desconcertado al pueblo católico, abriendo una reflexión de una parte importante de la opinión pública y de los medios de comunicación, sobre el papel de la Iglesia en el mundo y el lugar del papado en el siglo XXI.

Enfrente las teorías conspiratorias, que ven la pérdida de influencia de la Iglesia como el resultado de una confabulación entre los distintos poderes del mundo (NOM) que encuentran en la Iglesia el último obstáculo para imponer su agenda oculta, y que ven los medios como aliados privilegiados de esta conspiración.

A esto se unían las teorías derrotistas, que constatando la pérdida de importancia social y cultural de la Iglesia, parecían optar por el aislamiento como única forma de garantizar la supervivencia.

Consciente de la situación el cabeza de la Iglesia católica optó por la evangelización, “dar a conocer la fe en Jesucristo y las virtudes cristianas” (RAE) convencido de que la Iglesia católica puede contribuir con voz propia a los problemas globales del mundo actual (que en ocasiones se habían contemplado como algo ajeno, cuando no directamente opuesto, a la temática y los enfoques tradicionales de la Iglesia católica).

Francisco dejó claro desde el principio su voluntad de liderazgo denunciando que una Iglesia que no sale, en la atmósfera viciada de su encierro, enferma de autorreferencialidad, una especie de narcisismo que “conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado”.

El Papa adopta una visión valiente, de apertura, sin miedo al choque entre las visiones y los valores de la Iglesia y los de una sociedad compleja y plural, pero ante esta alternativa prefiere “mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma», y ha dejado buenas muestras de ello.

Francisco cree que la Iglesia puede aportar mucho a esta sociedad en la que la fe ya no es un presupuesto obvio de la vida en común, y es consciente que para hacerlo tiene que crecer y fortalecerse por dentro. Una opción por la reforma que ha elegido la comunicación como vía más eficaz para hacerla realidad.

LA COMUNICACIÓN COMO HERRAMIENTA ESTRATÉGICA

Como señala Austen Ivereigh, Francisco no es solo un gran reformista (reformer); es un gran “reframer”, o precisamente ha entendido que para reformar en la sociedad de la información no hay vía más eficaz que confiar en el poder transformador de un nuevo relato. Y lo ha hecho provocando un cambio de perspectiva, rompiendo con el encasillamiento habitual en el que cualquiera dentro de la Iglesia debe situarse en una batalla simplista entre conservadores y progresistas.

El Papa entiende, como Francisco de Vitoria, que formar parte de la humanidad y comunicarse con todos los seres humanos son dos caras de la misma moneda. Su comunicación parece brotar de un deseo imperioso de hacerse entender. Consciente que el éxito de la comunicación depende, en buena parte, de encontrar tierra abonada. Construye su comunicación para un público en el que la cultura católica se va perdiendo y muchas de las referencias tradicionales, palabras, referencias, hoy resultan incomprensibles para el público mayoritario, también muchas veces entre los propios católicos. Parece haber interiorizado las palabras de Benedicto XVI que alerta a los cristianos que “se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no solo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado”.

Lejos de quedarse a la espera del próximo escándalo del que defenderse Francisco tiene una agenda clara para la Iglesia católica y la impulsa de manera proactiva. Es una agenda de reformas no improvisadas, fruto de años de trabajo y reflexión, que aparece perfilada en el documento de Aparecida, en cuya redacción participó activamente y que incluye como prioritarios, la cultura del descarte, el cuidado de la tierra, la periferia, geográfica y social… Sin dejar de abordar temas de la enseñanza de la Iglesia como la defensa del no nacido, los peligros de la secularización o la llamada a la conversión y a la autenticidad evangélica.

Sus mensajes son claros, y apelan a todo el mundo, con una visión trascedente o no de la vida, católicos o no católicos. A todos ellos les habla de lo que nos une, de lo que tenemos en común, sin renunciar, pero sin poner el acento en temas en los que una parte considerable de los católicos ya no viven, como los relacionados con la moral sexual o matrimonial de la Iglesia, evitando, con su mensaje integrador, reforzar el sentido de orfandad de estos, o abocarlos a una doble moral destructiva.

Una agenda que quizás no se identifica con el pensamiento conservador, pero que aborda desde una visión tradicional. Por poner un ejemplo su firme voluntad de reforma de los usos y costumbres clericales y eclesiales, que no forman parte de la Tradición de la Iglesia, bebe de referencias clásicas del catolicismo como el Catecismo de la Iglesia Católica.

Como consecuencia la gran atención generada por el nuevo Papa, se ha traducido, en un cambio de marco, un enfoque diferente, poco habitual al tratar asuntos de la Iglesia, un voto de confianza hacia su ministerio y hacia el mensaje de la Iglesia. Una visión en la que prima la propuesta frente a la protesta, la alegría frente a la tristeza y el pesimismo, con el que habitualmente se asociaba la propuesta católica en los medios de comunicación.

En estos cinco años Francisco se ha convertido en un transmisor del mensaje de la Iglesia, que ha vuelto a ocupar las portadas de muchos medios de comunicación con propuestas concretas para la sociedad. Algunos le reprochan que la contundencia del mensaje no se ha visto reflejado en las anunciadas, sin reparar en que incluso en la sociedad de la inmediatez los cambios culturales y organizacionales requieren ir asentándose y contar con el soporte institucional e incluso logístico, y en el camino recorrido no han faltado resistencias internas, que han protagonizado las críticas más virulentas.

SUAVITER IN MODO

Su estilo comunicativo, la forma y los canales utilizados, se han revelado como aliados indispensables de este uso estratégico de la comunicación, proporcionándole un hueco entre las noticias del día y, lo que es más importante, despertando la curiosidad y la atención de la opinión pública de todo el mundo.

Consigue, algo que en la economía de la atención es un tesoro, casi magia: dirigir la atención a lo esencial a través de gestos y lenguaje, sin caer en el show, lo accidental. Francisco favorece la atención a lo esencial, evitando así que lo “secundario” ocupe el lugar de lo “sustancial”. Algo que el mismo ha resumido con acierto en la expresión: “No darle tantas vueltas al Evangelio”.

Sus gestos mandan mensajes claros. Consciente del significado de sus acciones simbólicas, el Papa no desaprovecha ocasión para enviar mensajes a través de sus acciones que sin ser accidentales, conservan el aroma de la autenticidad, tan necesario para generar confianza.

Su autenticidad es fruto de la integración de signos, gestos y palabras, una gran capacidad comunicativa y una insólita cercanía a los oyentes, con independencia de su origen, cultura, credo o posición social.

Desde la elección de su nombre, Francisco, el Santo de los pobres, el Papa ha cuidado sus gestos, consciente de su potencial comunicativo. Su aparición en el balcón con la sotana blanca, sin la tradicional muceta roja; sus famosos zapatos de cordones, que le enviaron de la zapatería bonaerense donde los había dejado a reparar; la elección como lugar de residencia de Santa Marta, donde se alojan a diario decenas de personas que trabajan en el Vaticano, celebrando allí a diario la Santa Misa y compartiendo el comedor con las personas allí alojadas, en lugar de los tradicionales Palacios Apostólicos…

Signos como la elección de Lampedusa como su primer viaje fuera de la Península Itálica, el báculo de madera de cayuco y el uso de una patera como altar; la exigencia de vehículos sencillos para sus desplazamientos, a pesar de las residencias de sus anfitriones internacionales; el empeño en subir y bajar del avión con su propio maletín en sus viajes; el lavatorio de pies en una cárcel de jóvenes en la celebración del Jueves Santo; o la comida con los trabajadores del Vaticano, son solo algunas muestras de la importancia que la imagen tiene en la comunicación del Papa.

El Papa no necesita intérprete, tiene el don de la plasticidad lingüística, la difícil virtud de materializar lo abstracto. De explicar la riqueza y complejidad de la fe con mensajes gráficos, claros y directos, en los que utiliza palabras sencillas, coloquiales, sintéticas e intuitivas, basadas en imágenes de gran plasticidad, como balconear o licuar la fe, que no pueden ser casuales, y metáforas que ayudan a captar la profundidad del mensaje evangélico: el olor de las ovejas que deben tener los sacerdotes, como el buen pastor; o las lágrimas del sufrimiento, que son como lupas que permiten que el hombre se vea al lado del Señor; parábolas modernas, storytelling con copyright eclesial que se remonta al siglo I, que vuelven su mensaje más cercano y comprensible y alcanzan los titulares en todo el mundo.

Además de una atención continua de los medios de comunicación, Francisco ha innovado en los canales de comunicación tradicionales en el papado. Más allá de su éxito en Twitter, ya señalado, su homilía diaria en Santa Marta, con la ayuda del vídeo, ha logrado una repercusión mediática y eclesial inusitada convertida en fuente habitual de titulares y alimento de las homilías de sacerdotes en todo el mundo especialmente en América. La entrevista, personal o en grupo, sin guiones previos, sin acuerdos ni revisiones, “a pecho descubierto”, también se ha convertido en un canal de comunicación extraordinario, y poco habitual en sus antecesores. Entrevistas personales en las que habla con cercanía y credibilidad, o sus esperadas entrevistas en grupo a bordo del avión con los medios de comunicación que han participado en el viaje, que por su espontaneidad y apertura a cualquier pregunta, son observadas con lupa, convertidas en un género propio. Ambas, a pesar de haber provocado más de una polémica, se han revelado como instrumentos con una gran capacidad de crear agenda.

DESDE SU PROPIA VIDA

Francisco se define por sus gestos y sus palabras, pero también por su vida. Una historia personal, una vida muy rica, una personalidad en la que aquellos que lo conocen desde mucho antes de llegar a Roma destacaban la austeridad, su cercanía y que se adapta de maravilla a estos tiempos. Una visión del mundo en el que pesa mucho la impronta latinoamericana, que le permite conocer los problemas y afrontarlos con un estilo propio.

El Papa actúa así porque es así. No finge, no interpreta un papel para transmitir una enseñanza. Actúa como es y su ejemplo arrastra. Su actuar es consecuencia de su ser. Su historia personal se hace vida en el día a día, y se vuelve comunicación. Se trasluce una gran coherencia entre lo que piensa, lo que dice, lo que hace y lo que vive. Recuerda ese consejo que San Francisco de Asís daba a sus hermanos: “Predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras”.

Las palabras de Francisco se plasman en sus obras. Por ejemplo, si habla de cercanía con los que sufren y abraza a los enfermos al final de su audiencia, a continuación manda al Limosnero del Papa a repartir su ayuda a Lampedusa… Su enseñanza va siempre de la mano del ejemplo convencido de que el mundo está más necesitado de testigos que de maestros; y solo aceptará a los maestros en la medida en que sean testigos.

CINCO LECCIONES DE CINCO AÑOS

Al contemplar estos cinco años de vida pública del líder de la Iglesia católica existen dos tentaciones, la de considerarla como un fenómeno peculiar de un ecosistema católico, ajeno a nuestro día a día, o como algo propio de una persona excepcional y, como tal, inevitable. Sin embargo, pienso que de lo expuesto podemos extraer algunas de lecciones válidas para la comunicación de cualquier personaje público.

Francisco puede servir de modelo a muchos líderes que viven inmersos en un mundo en cambio permanente y buscan como transformar sus organizaciones para que sigan manteniendo su razón de ser.

Podemos aprender de su concepción estratégica de la comunicación como herramienta de transformación social. Como recordaba Antonio Spadaro, tras entrevistarle “para el Papa Francisco comunicar es una exigencia” y pone a la organización frente a la necesidad de la comunicación del mensaje cristiano y de la vida de la Iglesia. Y lo hace con transparencia y valentía, superando el error del silencio, más propio de otros tiempos y que dio pie a muchas incomprensiones, a ataques indiscriminados hacia la Iglesia y a falsas acusaciones que han cuajado en una parte importante de la opinión pública.

La iniciativa, que le permite marcar la agenda de la conversación global con sus acciones, en lugar de ir a remolque, es otra de sus lecciones.

Otra sería la combinación entre profundidad y sencillez, ya señalada, que hace posible con la combinación del enfoque gráfico, imprescindible para comunicar en el siglo XXI, con el planteamiento profundo de temas de fondo.

También podemos aprender de la necesaria autenticidad, que se refleja en la coherencia entre lo que piensa, lo que dice, lo que hace y lo que vive. Vive lo que dice y con la comunicación amplifica sus efectos para lograr arrastrar con este ejemplo.

En tiempos de liderazgos contestatarios, centrados en el rechazo y la generación de resentimiento, Francisco nos enseña que comunicar bien significa sembrar esperanza aun a veces en medio del dolor.

Publicado en compolitica.com

El verdadero Francisco

El verdadero Francisco

En los cursos de marketing la “gestión de expectativas” se presenta como uno de los elementos más determinantes a la hora de determinar la satisfacción del consumidor. Si esto es así, el Papa Francisco afrontaba un reto difícil en su primer viaje internacional, su vuelta a Latinoamérica para participar en la 28 JMJ de Rio de Janeiro.

Desde su llegada el Papa no ha dejado de confirmar las expectativas creadas. La gran acogida con la que la opinión pública mundial recibió su elección y sus primeros meses de pontificado prometía un acontecimiento histórico, una Jornada mundial de la juventud, con un fuerte acento latinoamericano, en la ciudad maravillosa de Rio de Janeiro, y así ha sido. Tras el impacto inicial, y gracias al impacto de sucesivas imágenes que Francisco nos regaló a su llegada a la Sede de San Pedro, algunos acusaron al Papa de un fino sentido de la imagen, como si ejecutara un plan cuidadosamente preparado para transmitir un mensaje determinado, pero ha sido en Brasil donde se ha conocido al verdadero Francisco.

Los que hemos vivido por dentro la organización de un viaje Papal sabemos lo milimetrado de la agenda, y la dificultad de modificar en algo lo previsto pero el Papa buscaba huecos en su agenda, le decía a un amigo que se «pasara» a verle un rato, no dudaba en parar el Papa móvil para abrazar a un niño, o en citar a un matrimonio para el día siguiente, o incluso convocar a un número indefinido de argentinos, entre 25 y 40 mil, para verse un rato, al día siguiente.

El Papa ha mostrado en estos “fuera de programa”, en las improvisaciones, en las entrevistas sin pactar… que, en su caso, “lo que ves es lo que es”: un párroco universal, sencillo, claro, con una visión clara de su pontificado y un discurso, tan poderoso como fresco. Un Papa que, ustedes me perdonarán, recuerda mucho al Juan Pablo II que llegara a San Pedro en el año 1978.

Momentos como el del traslado en coche durante el primer trayecto realizado en suelo carioca, del aeropuerto a la Catedral de Rio, donde, tras un error en el recorrido, la comitiva papal fue puesta a prueba por el entusiasmo de la gente que quería ver al Papa, tocarle, pedirle la bendición y entregarle mensajes, mostraron a un Papa que descansa entre el cariño de la gente, mientras que ni la seguridad, ni el propio secretario del Papa, podían borrar de su rostro un gesto de preocupación.

Pero fue en el encuentro con sus jóvenes compatriotas, en el que el Papa, que jugaba en casa,no tenía texto escrito, donde pudimos ver al Francisco más «genuino».

No dejó de agitar el corazón y la cabeza de los presentes, que no olvidarán fácilmente lo vivido en la Catedral de Rio. “Hagan lío”, dijo una y otra vez. Según sus palabras, el futuro de la iglesia está en la calle, olvidándose de si misma, de sus problemas, de sus asuntos, y arrimando el hombro aportando su granito de arena para resolver los problemas que hay en el mundo. No hay duda que el Papa quiere «dar la pelea» en las batallas culturales que plantea esta época confusa. Su mensaje es fruto del convencimiento que los católicos tienen mucho que aportar frente la crisis que atraviesa la sociedad. De la certeza que, pese a los muchos que, en lugar de buscar los valores universales, se niegan a escuchar cualquier aportación por el mero hecho de sonar a católica, la iglesia es de hecho un referente moral en la defensa de la dignidad de la persona, de la dignidad de todos frente a “una filosofía y una praxis de exclusión», que jóvenes y ancianos están sufriendo en primera persona y con especial intensidad.
De ahí la insistencia, que ya estaba muy presente en el mensaje de Lampedusa, en construir una civilización de la inclusión, en la que nadie es más que nadie, una inclusión que se enfrenta a una “civilización mundial (que) se pasó de rosca”, y que en “ el culto que ha hecho al Dios dinero” está provocando la «eutanasia escondida» y «cultural” de la generación de los mayores a los que ni se cuida ni se deja hablar y la exclusión de los jóvenes, “que no tiene la experiencia de la dignidad conseguida por el trabajo”.
Para construir esta civilización el Papa cuenta con el trabajo de los jóvenes, a los que no dejaba de repetir: “Espero lío…. quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera…». Y para lograrlo el Papa les ofrece todo un “programa de acción”: las Bienaventuranzas y Mateo 25. No necesitan leer otra cosa». De esta manera el Papa nos marca el camino, un camino que se toma muy en serio la fe en Jesus: “Por favor, no licúen la fe. No tomen licuado de fe: la fe es entera, no se licúa” (todavía hay gente en el centro de prensa tratando de traducir esta expresión).

Pasará a la Historia

Pasará a la Historia

Benedicto XVI no ha sido un Papa de transición, su Pontificado pasará a la historia por decisiones de enorme calado.

Benedicto XVI ha anunciado por sorpresa su dimisión como Romano Pontífice de la Iglesia Católica. Se trata de una decisión poco habitual, que cuenta con escasos precedentes y que llama especialmente la atención, cuando se considera que a su papel de líder espiritual los católicos de todo el mundo añadimos el de Vicario de Cristo en la Tierra (Catecismo de la Iglesia Católica, 882). El contraste con su predecesor, Juan Pablo II, que a pesar del terrible sufrimiento, sin perder nunca su fuerza intelectual, decidió seguir en sus responsabilidades hasta la muerte, hace que su decisión sorprenda todavía más.

Quizás hoy no es el día para hacer balance de su Pontificado, aunque revisar todo lo que se escribió sobre Benedicto XVI cuando fue elegido Papa en 2005 y ver hasta qué punto se han cumplido las previsiones provoca una sonrisa. El intransigente soldado de hierro se ha revelado como un personaje entrañable, tremendamente humano, y muchos que no dudaron en poner el grito en el cielo cuando fue elegido tampoco han dudado ahora en acusarle de haber cambiado durante su Pontificado, negándose así a reconocer lo errado de su juicio inicial.

Benedicto XVI ha roto con muchos tópicos o ideas preestablecidas. Consciente del eco que produciría, su decisión de renunciar habría que leerla también dentro de esta característica de su Pontificado. Benedicto XVI nunca ocultó sus pocos deseos de ser elegido Papa, y sólo su voluntad de servicio a la Iglesia le han llevado a entregarse hasta la extenuación durante estos casi ocho años; pero difícilmente podríamos encontrar en estos deseos la motivación de su decisión, que va mucho más allá de la de alguien agotado. Crea un precedente que, sin duda, marcará las decisiones de los que le sucederán en la Silla de San Pedro. Poniendo el acento en las funciones que se esperan de la Cabeza de la Iglesia: enseñar, santificar y gobernar (Catecismo de la Iglesia Católica, 888-896).

A la enseñanza y a la santificación se ha dedicado Benedicto XVI con humildad y dedicación, dejándonos un magisterio denso que, centrada la vista en Dios, lo presenta como esperanza, garantía de la libertad y la felicidad del hombre. Benedicto XVI no ha sido un Papa de transición, su Pontificado pasará a la historia por decisiones de enorme calado. La fuerza que le otorgaba unir la dignidad moral de su cargo con su autoridad intelectual indiscutida le ha permitido plantear con firmeza asuntos que muchos consideraban intocables. Su acercamiento a los representantes de otras religiones y su diálogo abierto con personas no creyentes son algunos de los ejemplos que, sin duda, dejarán huella.

Pero el Romano Pontífice no es sólo la voz autorizada de Dios en la Tierra, voz que durante estos ochos años se ha escuchado con contundencia, sino que ejerce también como responsable, el CEO de una institución tremendamente compleja que, según el Anuario Pontificio de 2012, cuenta con 5.104 Obispos, 412.236 sacerdotes, más de 750.000 religiosos y 1.196 millones de fieles. En este campo, tan ajeno a su trayectoria profesional, Benedicto XVI se ha encontrado con problemas terribles, que le han hecho sufrir. Los ha afrontado con determinación, por el camino de la persuasión, pero muchos de ellos siguen abiertos y requieren para su resolución energía y fuerza, algo que, a pesar de la ayuda de Dios, no abunda cuando se rondan los 86 años. Así, aunque parezca paradójico, con su dimisión Benedicto XVI pone, una vez más, su misión por encima de su propia voluntad.

Publicado en Libertad Digital

 

La JMJ un año después (reflexión profesional de un dircom accidental)


Hoy se cumple un año de la llegada del Papa a Madrid, el 18 de agosto de 2011, para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Tuve la oportunidad de vivir este acontecimiento en primera fila, como director de comunicación, y, una vez finalizado, me sorprendí muchas veces revisando los acontecimientos pasados y pensando como se podían mejorar de cara a un futuro… muchas veces, incluso en sueños, repasaba los errores cometidos pensando en la próxima vez. Tardé en darme cuenta que no habría próxima vez, pero desde entonces sigo con especial interés acontecimientos internacionales multitudinarias como las Olimpiadas, que hasta ahora no me llamaban la atención.

Es difícil que en los próximos años se produzca en España un acontecimiento con la repercusión comunicativa de la pasada Jornada Mundial de la Juventud: 4973 periodistas de 70 países acreditados; la comunicación directa con medio millón de personas inscritas, más todos los que participaron sin apuntarse en ningún sitio; un trabajo en la red que alcanzó a más de un millón de personas… las más de 300 millones de referencias en google de “World Youth Day” o “WYD” pueden servir para hacerse una idea.
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Iglesia y Revolución en Cuba

Iglesia y Revolución en Cuba

Si pudiéramos echar un vistazo a la famosa biblioteca del olvido de Nabokov, seguro que encontraríamos miles de libros sobre la revolución cubana y sus consecuencias, incluido, por supuesto, el mío, Regreso a Barataria. Encontraríamos mucha política ficción, mucha psicología, mucho libro de humor, muchísimas hagiografías del Líder Máximo, asombrosos ejemplares más propios de la astrología o el esoterismo…

De entre los libros de asunto cubano que se salvarían de esa particular quema encontraríamos varias memorias y algún ensayo histórico como el que me dispongo a comentar, Iglesia y revolución en Cuba. Enrique Pérez Serantes (1883-1968), el obispo que salvó a Fidel Castro.

Habituados a unas versiones unilaterales de la historia en la que los implicados callan, por ejemplo, por miedo o desacuerdo, para la confección de esta obra el profesor Uría ha buceado en documentación cubana y estadounidense, en testimonios de cubanos de la Isla y de cubanos del exilio y en el archivo personal del arzobispo Pérez Serantes en Santiago de Cuba, que se abrió por primera vez precisamente para posibilitar la elaboración de este estudio. El resultado es un libro que aúna el rigor histórico con la capacidad de tratar con acierto un tema específico –que a algunos les parecerá menor– sin perder de vista un contexto complejo y mucho más amplio.

Son muchos los que, medio en broma medio en serio, culpan a monseñor Pérez Serantes, arzobispo primado de Cuba entre 1948 y 1968, del infierno que padece Cuba desde 1959. Su intervención ante las autoridades batistianas tras el ataque al cuartel Moncada (1953) fue decisiva para que el entonces líder rebelde Fidel Castro salvara la vida.

Desde ese momento, la historia es bien conocida. Lo que quizás muchos ignoran es la decisiva intervención de los católicos (jerarquía y laicos) en la revolución cubana. Fue el mismo Fidel Castro quien pidió al prelado que le acompañara en el histórico discurso que pronunció 1 de enero de 1959 en Santiago de Cuba, en el que prometió democracia, justicia y pan. Y lo hizo no sólo como agradecimiento a quien años atrás le había salvado la vida, sino como reconocimiento de la contribución de tantos cristianos –en su mayor parte católicos– al derrocamiento de Batista. Fue un reconocimiento… y un guiño a unas gentes que empezaban a vislumbrar la amenaza comunista que encarnaban los barbudos de Sierra Maestra (no todos; Huber Matos, por ejemplo, jamás fue comunista).

Las dudas no tardaron en convertirse en certezas y la colaboración inicial dio paso al enfrentamiento y a la persecución anticristiana. Pérez Serantes enseguida se puso, una vez más, del lado de la libertad. Le siguieron miles de cubanos defraudados con el giro comunista de la revolución, y todos terminaron aplastados por la poderosa máquina totalitaria del régimen.

La Iglesia se volvió a quedar en el lado de los más débiles. Se enfrentó al injusto régimen de Batista y al que le sucedió, que llegó predicando la libertad pero inmediatamente mostró su verdadero cariz totalitario y que no dudaba en encarcelar a los sacerdotes críticos en centros de readaptación.

El del papel de la Iglesia en la vida política, sobre todo cuando ésta tiene lugar en un Estado que vulnera sistemáticamente los derechos humanos, no es tema fácil. Desde estas páginas hemos reivindicado el difícil papel de la Iglesia en Cuba, siempre en la cuerda floja, siempre en la compleja situación de mantener su espacio de libertad en la Isla-Cárcel –espacio que la propia Iglesia abre a todos los cubanos (creyentes y no creyentes)– sin dejar de denunciar las violaciones constantes a los derechos humanos. En el otro lado se encuentra el interés del régimen por tender puentes con la única institución cubana verdaderamente no gubernamental que sobrevive en la Isla.

De ahí el interés de este libro. El recientemente fallecido monseñor Pedro Meurice –sucesor de Pérez Serantes en la sede santiaguera–, que tuvo la oportunidad revisar este libro antes de su muerte, tras contribuir activamente a su elaboración, no dudó en considerarlo un apoyo imprescindible para entender el actual estado de debilidad de la Iglesia católica en Cuba. Su actuación no es siempre bien recibida, y algunos cuestionan incluso resultados como la deportación masiva de los prisioneros de la Primavera de Cuba, que han pasado más de siete años en prisión. Este libro da pistas para comprender mucho mejor las raíces de esa aparente contradicción, una constante que, con pequeños altibajos, marca la historia de Cuba y de la Iglesia desde 1959.

IGNACIO URÍA: ENRIQUE PÉREZ SERANTES (1883-1968). EL OBISPO QUE SALVÓ A FIDEL CASTRO. Encuentro (Madrid), 2011, 620 páginas.

Publicado en Libertad Digital