Don Pedro de Vega, in memoriam

donpedrodevega
Subirse en un coche con Pedro de Vega era tentar a la suerte. Según aumentaba la intensidad de la conversación la velocidad iba disminuyendo, hasta llegar a detenerse sin mediar semáforos. A veces daba la sensación de vivir realmente en ese mundo de las ideas de Platón, al que tan bien conocía, del que salía temporalmente para contar lo que había visto.

Don Pedro, como le llamabamos sus discípulos, había nacido para conversar. Alguna vez pensé que el único motivo para que eligiera siempre dar sus clases, en las que hipnotizaba a alumnos de 18 años, a las 8.30 era poder alargar el obligatorio café postclase, siempre tomaba batido de chocolate, hasta el aperitivo. Ir a su casa era un gozoso ejercicio de riesgo. Se sabía cuando se entraba pero nunca cuando se salía. Empezaba comentando la última novedad deportiva, conectaba con la actualidad política, y terminaba hablando de los clásicos. Existían muchas posibilidades de que el discipulo que acudía a su maestro buscando consejo se volviera a casa con los folios sin emborronar y una cita para la semana siguiente.

Llevó el rigor académico hasta un extremo en el que casi llegaba del análisis a la parálisis, lo que le producía sufrimiento, y no es de extrañar que se resistiera a comprometerse con las distintas ofertas de colaboraciones periódicas que recibió. Escribía de manera precisa, atractiva y con mucha facilidad, pero difícilmente quedaba contento con el resultado final, y, en lugar de corregir, muchas veces rompía integramente sus borradores, para empezar otra vez de cero (cuanta sabiduría esparcida por las papeleras de la Castellana). Ese respeto reverencial por la verdad, y la vida que se cebó con él en sus últimos años, le llevó a no terminar nunca su conferencia de ingreso en la academia de Jurisprudencia y Legislación, al que dedicó años de lectura y bocetos varios.

Aún así deja una obra amplia, reconocida en todo Latinoamerica y que se encuentra distribuida en artículos, prólogos, introducciones y conferencias transcritas o grabadas. Pero lo más importante, y asombroso para los que vivimos en cierto modo de llenar papel, es que todo lo que escribió tiene una profundidad y una densidad que se puede decir, sin temor a exagerar, que no sobra nada. Una buena muestra es su gran obra “La Reforma Constitucional y la problemática del poder constituyente” (1985), un libro que treinta años después sigue siendo imprescindible para entender la lógica del Estado Constitucional, y cuya lectura ahorraría muchísimo tiempo y discusiones vanas en esta España, especialmente, ahora que la reforma constitucional se ha convertido en ingrediente obligatorio en casi todos los menús electorales. Parece que el tiempo no pasa sobre sus textos, aunque estuvieran escritos “a caballo de la más rabiosa actualidad”, como sus tribunas en El País de los primeros años, o sus terceras en el ABC (cuyo enlace no puedo encontrar).

Nunca abandonó los clásicos, allí ya estaba todo, solía decir, y a ellos volvió, para quedarse, en los últimos años de su vida. Admiraba la filosofía griega, y el pensamiento político de la Florencia del Renacimiento, donde se imaginaba paseando por los Orti Oricellari, mediando entre Guicciardini y Maquiavelo. O la Francia de la ilustración de Monstesquieau, del que tradujó con maestria junto a su compañera inseparable Mercedes, “El Espíritu de las Leyes”.

Director de la Revista de Estudios Políticos, Doctor Honoris Causa por la UNAM, Miembro de la Junta Electoral Central, Vicepresidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional, Catedrático en Salamanca, Alcalá de Henares y la Universidad Complutense, también tuvo su experiencia mediática como editor de ese experimento periodístico a principios de los 90 que fue el diario el Sol. Mas impulsivo que Maquiavélico, con un corazón enorme. Maestro y un poco padre de toda una generación de académicos latinoamericanos que nunca le retirarón el DON, a pesar de ocupar magistraturas muy relevantes en sus países de origen. Mi segundo maestro, Descanse en Paz.

Foto: UNAM

Mapa de relaciones y afectos

Mapa de relaciones y afectos

Celebrar el cumpleaños, sobre todo si son 40, es una buena excusa para reflexionar sobre lo vivido, lo dejado de vivir, errores y aciertos, omisiones (siempre las omisiones) y también sobre las relaciones, que hoy en día determinan una gran parte de nuestra vida. Quizás por eso decidí comenzar un experimento que tiene que ver con las redes de relaciones y afectos y sus canales de comunicación. (el año pasado hice un primer intento pero no logro encontrar la información).

Se trataba de llevar la contabilidad de las felicitaciones recibidas durante esos días y clasificarlas en función del canal y el origen geográfico. Puede que a algunos, éste ejercicio de disección relacional les parezca frío, inútil o un pelín exhibicionista pero estoy convencido que un mapa de mis relaciones personales me puede dar muchas pistas para entender y mejorar la calidad de estas, convencido que en la sociedad red, las relaciones personales son la gasolina que mueve el trabajo, el conocimiento, el ocio… la vida.

Empecemos con los datos:
Mensajes recibidos: 280

Conocidos físicamente: 280
Conocidos sólo virtualmente: 0

Primer mensaje recibido (hora española): 26/9 a las 19.50 (desde la India)
Último mensaje recibido (hora española): 28/9 a las 7: 30 (desde EEUU)

Canales utilizados:
Felicitaciones en persona: 15
Felicitaciones por telefono 14
Felicitaciones vía mail: 18
Felicitaciones vía SMS: 6
Felicitaciones vía facebook 147 (5 mensajes)
Felicitaciones vía Whatsapp 82
Felicitaciones víaTwitter público: 9
Felicitaciones repetidas: 16

Origen de las felicitaciones no españolas:
México 9
Brasil 8
Argentina 7
EEUU 7
Venezuela 4
Chile 4
Ecuador 3
El Salvador 2
Colombia 2
Rep checa 1
Bolivia 1
Italia 1
Uk 1
Polonia 1
India 1
Alemania 1
China 1
Perú 1
Nicaragua 1
TOTAL: 56 (21%)

A la luz de esta información, que se podría profundizar todavía más, me vienen a la cabeza una serie de reflexiones:

– Los días en la globalización tienen 35 horas
– El peso de lo internacional en las relaciones sigue creciendo, más del 20% de mis relaciones viven fuera de España.
– Lo presencial es imprescindible, he conocido en persona a todas las personas que me han felicitado.
– Los vínculos débiles y fuertes se distribuyen, esencialmente en función del canal. 29 personales (llamadas o presencial), 88 intermedios (whatsapp y sms), no se exactamente dónde meter el mail (18) y 161 más impersonales (facebook y twitter). Los vínculos debiles utilizan los canales más generales, y más sencillos, como facebook, donde el uso de las herramientas adecuadas (el recordatorio de cumpleaños) y la facilidad tienen un efecto multiplicador.

Oswaldo Payá, enamorado de Cuba

Oswaldo Payá, enamorado de Cuba

Muchas veces me dijo que estaba convencido de que moriría antes que Fidel Castro. Nunca le creí, sorprendido de que ni siquiera él pudiera evitar esa exuberancia verbal cubana. Una vez más, tenía razón.

Oswaldo Payá amaba Cuba, por eso decidió quedarse cuando todo le empujaba a irse. Se sentía encerrado en su isla, pero siempre entendió que los muros de la isla-cárcel no tenían el tamaño suficiente para impedirle vivir con libertad y que el que algunos se quedaran era necesario para que todos los que un día se fueron pudieran regresar.

Decidió hacer política cuando comprendió que para el que quiere cambiar las cosas no hay nada peor que no hacer nada y que para lograr un gobierno justo no bastaba con salir a la calle pidiendo libertad. Trabajó siempre para ofrecer una alternativa posible a la dictadura de los Castro. Confiaba en la fuerza del comportamiento de los hombres libres, y, sin un ápice de ingenuidad, nunca rehusó abrir camino por los estrechos senderos que le ofrecía una legalidad que sabía meramente formal. Miraba con cierta envidia la transición pacífica en España, que conocía en profundidad. Quizás de ahí le venía su empeño de ir de «la ley a la ley» manifestado en su intento de presentarse como candidato a diputado en la Asamblea Nacional en 1992, y, sobre todo, en el lanzamiento del Proyecto Varela, que utilizaba la Constitución Cubana para convertir en leyes el derecho a la libre expresión, a la libertad de prensa y a la libertad de asociación. También el derecho de los ciudadanos a tener sus empresas, la modificación de la ley electoral nº 72 y la celebración de nuevas elecciones, y la amnistía para todos los presos políticos.

Creo que no tenía eso que los gurús del marketing político denominan carisma, pero demostró a lo largo de su vida ser un líder de talla internacional.

Entendía que el liderazgo era cuestión de claridad de ideas, de trabajo en equipo, y consiguió liderar un auténtico movimiento social que recorría Cuba de extremo a extremo. Hizo del MCL una gran familia, y cuidaba de sus miembros como hermanos, les llamaba constantemente, los visitaba en sus casas, y, cuando recibió algún premio internacional, compartió el dinero del premio, imprescindible para la supervivencia de aquellos expulsados de sus trabajos por ser «amigos de Payá».

Era una referencia moral indiscutible, por eso era una amenaza tan seria en un régimen donde la corrupción lo contagia todo, llegando hasta los últimos rincones de la sociedad. Su fuerza le venía del convencimiento de estar luchando por lo más justo y lo mejor para el pueblo cubano, y de ahí que sorprendiera a todos los que tuvimos la oportunidad de conocerlo personalmente por su inmensa tranquilidad. Paz en el país de «Patria o muerte», en un ambiente en el que la tensión forma parte del aire, y en unos tiempos en los que vivir deprisa parece obligatorio.

Es posible que esta paz fuera consecuencia de su fe. Una fe vivida, que daba sentido a su integridad y su honestidad. Una fe que le permitió sufrir por la incomprensión de la jerarquía de la iglesia cubana, sin perder nunca la paz.

Quizás era esa misma fe la que le permitía hablar de su muerte con tranquilidad. Muchas veces me dijo que estaba convencido de que moriría antes que Fidel Castro. Nunca le creí, sorprendido de que ni siquiera él pudiera evitar esa exuberancia verbal cubana. Una vez más, esta vez para desgracia de los que están convencidos de que la gente buena hace el mundo mejor, tenía razón. 

Publicado en Libertad Digital

 

Jorge Carpizo, in memoriam

Hoy cumpliría años el Doctor Jorge Carpizo, recientemente fallecido en el DF. Sirva de homenaje y despedida éste pequeño relato:

No tuvo tiempo de despedirse pero no fue una sorpresa. Yo lo tenía todo soñado…

México, D.F., a 20 de febrero de 2012

Dr. Rafael Rubio
P r e s e n t e.

Así, no se si a la antigua o a la mexicana, empezaba el Dr. Carpizo sus mails. Y en este me emplazaba a vernos en el mes de marzo, que llegaba a su fin. Era una eminencia (Procurador General de la República, Rector de la UNAM, Presidente del IFE, Embajador en Francia autor de cientos de publicaciones científicas… ) y yo un aprendiz, ya no tan joven, en el mundo de la consultoría política y la Universidad. Debe ser que a las grandes personas se les disfruta más fuera de su casa, cuando pueden estar tranquilos, sin el agobio continuo de los que les juzgan por la foto de los medios de comunicación, sin tener la oportunidad de conocerlos. Quizás por eso estuvimos muy cerca durante su estancia en Madrid.

Creo que todo empezó por necesidad, soy de esos a los que saber jugar con el ordenador les convierte en informáticos, y conectamos muy bien desde el principio. Teníamos una opinión muy diferente en temas esenciales pero compartíamos la forma de ver la vida, aunque a veces me hacía de rabiar. Su amor por el mundo, que conocía casi en su totalidad, su enorme sensibilidad que le llevaba a disfrutar de la belleza, su enorme sentido común… generó un respeto mutuo, que se renovaba con el trato frecuente.

En Madrid le echamos mucho de menos cuando decidió regresar al DF. Por las veces que volvió tengo la sensación de que el también suspiraba por Madrid. Desde entonces tuve el honor de que contara conmigo en el tribunal de dos tesis doctorales de discípulos suyos, y pude participar en un libro homenaje, que hoy adquiere mucho más valor.

Yo había soñado con su funeral (nunca me había pasado, quizás fue la distancia, la diferencia de edad, la fragilidad que se intuía la última vez que nos vimos…). La providencia se reía de mi, y ponía mi triste sueño al alcance de la mano, pero todo fue distinto.

No había avión que salir corriendo, sin hacer las maletas, para hacer Madrid- DF y llegar a tiempo, la noticia me encontraba en su país, dando clase en la ciudad de Guadalajara. No hubo llamada telefónica de mi maestro, y casi su hermano, Pedro de Vega, sino que leí su nombre regresando de una visita de ensueño al Hospicio Cabañas. Sabía que en México era una persona importante pero me sorprendió ver su nombre en un banner informativo de un cartel luminoso pero no pude leer la noticia, a la que seguía el anuncio de un acto de Peña Nieto en la ciudad. No podía imaginar de que se trataba, no entraba en mi sueño. Quizás eran sólo las ganas de verle, pero llegué a pensar que quizás había venido a acompañar al candidato Priista en algún acto electoral (no creo que Enrique fuera de su agrado pero en política, como alguna vez me contó, las cosas nunca son como parecen y eran muchos los que habían solicitado su amparo y consejo), tenía que enterarme y llamar…. al llegar a la habitación no tuve que terminar de escribir su nombre en Google, no me lo podía creer.

Fue una noche amarga. Mi agenda me decía que a la mañana siguiente mi avión salía destino Roma, y las páginas de vuelos decían que no había otra posibilidad de llegar a tiempo a mi cita romana, imposible de retrasar. El cerebro es cruel cuando necesita justificarse, y llegué a pensar que, una vez muerto, poco podía hacer yo allí… (esta vez sí estaríamos de acuerdo). Las excusas se amontonaban: el viaje al DF, mi desconocimiento de los planes de la familia (de la que sólo conocía a su inseparable Mari), su deseo de tener un velatorio intimo (por lo que quizás no lograra entrar)…

A las 5.30 salía del hotel. En la recepción una pareja busca una cama con urgencia en el mejor hotel de la ciudad; en el camino, a ambos los lados de la carretera, mucha gente espera el bus para ir a trabajar, mientras unas luces tenues ilumina algún puesto de agüitas; los coches no quieren irse de un parking repleto en un club de carretera (show&table bar). No podía dejar de pensar que, a pesar de mis sueños, la vida sigue adelante.

PS. Me escriben de México: Don Jorge siempre tan previsor, cada vez que viajaba al extranjero o iba a ser intervenido quirúrgicamente, le encomendaba a Mary Quintero que le entregara la carta a Carlos Carpizo. Cientos de estas cartas fueron destruidas, ya que siempre regresaba el Dr. Carpizo con una gran sonrisa y con unas ganas de seguir luchando por mejorar nuestro país. Lamentablemente ésta última si ha llegado a su destinatario.

“Con la alegría de haber existido durante 68 años, me despido de mis familiares y amigos.
Traté de vivir lo mejor que pude dentro de mis circunstancias, y de servir con devoción a México y a su Universidad Nacional.
En los cargos que ocupé siempre rendí informes públicos, presenté evaluaciones y dejé constancia de lo realizado en múltiples libros y artículos. El mejor homenaje que puedo recibir consiste en que se lean y reflexionen.
Nunca mentí ni cometí delito alguno. Cumplí con mis responsabilidades al máximo de mi capacidad y voluntad.
En mis libros y artículos tanto los académicos y los testimoniales, dejo constancia del país que me tocó vivir, servir, gozar y sufrir.
Mil y mil gracias a aquellos que colaboraron lealmente conmigo y con los valores que rigieron todas mis actividades.
Me voy amando, con todas mis fuerzas, convicciones y emociones, a nuestro gran país y a su, y mía también, Universidad Nacional”.

Julián Campo, el Sadhu de Burgos

Julián Campo, el Sadhu de Burgos

Thornton Wilder se preguntaba en “El Puente de San Luis Rey, extraordinaria narración recientemente defenestrada por el cine, sobre los “caprichos” de la muerte. Su protagonista, el hermano Junípero, investigaba a fondo la vida de cinco personas que se habían el precipitado al abismo el viernes 20 de julio de 1714, a mediodía, tras el puente más bonito de todo el Perú, “una mera escalerilla de delgadas tablas con pasamos de sarmientos secos” en el camino real entre Lima y el Cuzco, que había sido tejido por los incas con mimbres más de un siglo antes, y “parecía ser una de esas cosas que duran eternamente”.

Su objetivo era tratar de demostrar en el laboratorio de la vida la respuesta a la pregunta sobre si los por qués de la vida y la muerte responden con exactitud a los mecanismos escondidos de un plan divino o no somos más que monigotes en las manos de un destino que depende del yo y sus circunstancias a partes iguales.

Se trata de una de esas preguntas eternas que vuelve a ser actualidad tras un accidente ferroviario como el del pasado día 21 de agosto en Villada. Una vez más la historia no deja de imitar a las novelas y la vida de Julián, una de las víctimas, hubiera merecido un lugar destacado entre los personajes de la magnífica novela del escritor norteamericano.

Sólo ví a Julián una vez en mi vida, en la casa que las monjas de la Madre Teresa de Calcuta tienen en Madrid. No tuve la suerte de coincidir con él en Calcuta. Aunque tenía allí su casa aprovechaba los veranos, en los que las casas de las Misioneras de la Caridad se llenan de voluntarios, para tomar un respiro en su España natal. Pronto descubrí que él nunca dejaba de estar allí, su presencia era una referencia continua en la labor de los voluntarios.

Como esas personas que se mimetizan con su alrededor Julián se parecía cada vez más a esos sabios indios que contemplan la vida pasar en las aceras de cualquier ciudad india, y que van acumulando sabiduría, bibliotecas andantes del conocimiento ancestral. Era un asceta de tupida barba, era un sadhu, que como los sadhus verdaderos parecía haber renunciado al mundo exterior para vivir sólo del alma. Y por eso, por paradójico que pueda resultar, desde que pisó Calcuta por primera vez, tras el habitual shock inicial, se había puesto manos a la obra. Nunca se pudo marchar, y sin dejarse llevar por el lamento inútil o el fatalismo paralizante que produce la inmensidad de penas, dolores y necesidades que forman la vida diaria de la ciudad, pronto empezó a poner en práctica los consejos de la Madre Teresa de Calcuta, para la que sólo con gotas de agua se puede llenar el océano.

El mismo decía:

No tuve el valor de marcharme cuando vine a Calcuta. Fueron los peores cinco días de mi vida. Me preguntaba si era necesario tanto dolor, si hacía falta llevar los extremos de la miseria a unas experiencias tan horrendas.

Nunca fue solidario de pegatina, pancarta y discurso oficial. Sin querer protagonista de nada asumió desde el principio que lo que veía y vivía a diario era también su problema. Como su maestra la Beata Teresa de Calcuta medía la eficacia de la labores asistenciales por la cantidad amor que cada uno pone en su labor, la fórmula secreta de la labor de las Misioneras de la Caridad, que hace que todos los que reciben su ayuda se sientan únicos e irrepetibles, personas en un mundo que se empeña en tratarles como animales, o como números, que aunque no es lo mismo es casi igual.

Como comentaba un artículo publicado por El Mundo hace unos años, allí, además de bengalí, aprendió:

“a entender el sentido de la caridad, de la generosidad. Se habla mucho de los pobres, pero nadie habla con ellos. Y son los pobres quienes me han enseñado el sentido de este trabajo humanitario: te dan más de lo que tienen, te quieren, te transmiten unas sensaciones humanas que no he percibido fuera de aquí».

Julián Campo, junto a una niña tullida en Calcuta. (Foto: Pieter Wawig)Julián se enfrentaba cara a cara con la muerte a diario, en su labor en la estación de Howrah, ese cementerio de elefantes al que llegan a morir las gentes del campo y en Kalighat, el centro de enfermos terminales e indigentes, el primero de los más de 700 que la Madre Teresa fundó por todo el mundo y por el que sentía especial predilección. Allí intentaba curar a los enfermos, los ayudaba a bienmorir y embalsama sus cadaveres para devolverles la dignidad. Ya le había visto varias veces las orejas al lobo, no podía ser de otra manera después de 10 años viviendo entre el sida, la malaria, el tuberculosis y el tifus… pero la muerte le llegó en su país España, donde cualquiera le diría que podía estar seguro y sin peligros. No seré yo el que, emulando al hermano Junípero, trate de preguntarme el por qué, aunque no pueda evitar analizar la secuencia del descarrilamiento segundo a segundo, como buscando un fallo que permita volver hacia atrás, rebajar la velocidad, sólo se me ocurre pensar que Julián le habría dicho al conductor que no había prisa.

El decía:

«Me marcharé cuando el trabajo se convierta en una rutina, cuando sienta que la vida y la muerte han dejado de sorprenderme, cuando vea que me levanto a las cinco de la mañana como si los enfermos y los moribundos fueran una mera obligación. Sé muy bien que no he solucionado el problema del hambre, que la misión apenas representa una gota en el océano, pero no quiero reprocharme haber abusado de la vida cuando la muerte y la pobreza abusan de los demás. Aquí he aprendido a dar y recibir la dignidad».

Así que Julián se quedará para siempre en Calcuta.

La noticia ha caído como una bomba en la comunidad de colaboradores que, como todos los veranos, están repartidos por casas de las Misioneras de la Caridad en todo el mundo. La gran mayoría de ellos están en Calcuta, donde este año hay más voluntarios que nunca. Siempre he pensado que si allí no fueran tan apremiantes las necesidades, se habría levantado hace muchos años un monumento a los voluntarios, hoy estoy seguro que ese monumento llevaría su rostro. El rostro de una de esas personas, santas las llama la iglesia católica, a las que el mundo debería estar eternamente agradecido por su vida.

PS para no iniciados: Los voluntarios de la madre Teresa no cobran una rupia. Ni siquiera reciben ayudas para costearse el viaje, para mantener la residencia, o para compensar el esfuerzo de 12 horas consecutivas. «Vas allí y te pones a trabajar a tu aire. Nadie te pide ayuda, ni te indica lo que tienes que hacer. Primero aprendes, después te sueltas, y, al final, acabas la jornada extenuado, con una sensación plena de vitalidad. No te puedes imaginar la manera en que los pobres entre los pobres agradecen que escuches sus pequeñas historias, sus problemas, sus ilusiones. Un trozo de cielo en el infierno».

 

Publicado en Libertad Digital