En 2008 la campaña de Barack Obama asombró al mundo. Tras vencer a la que algunos habían calificado como la maquinaria política más poderosa de la historia, y con un ejercito de donantes, voluntarios y profesionales a su cargo, nadie dudaba de su victoria en la recta final de la campaña.

La que sin duda podríamos calificar de «campaña perfecta» fue capaz de duplicar los ingresos del partido de los grandes donantes; de superar ampliamente, con más de un millón de voluntarios en la calle, el operativo del Get out the vote del Partido Republicano en la que muchos encontraron el secreto del éxito de George W. Bush en 2000 y 2004, durante las 72 horas previas a la campaña; de organizar más de 200.000 eventos de campaña…

Los resultados le dieron la razón y los comentaristas se apresuraron a proclamar una nueva era, una nueva política y, los más conservadores, un cambio de ciclo en la política norteamericana, destinado a prolongarse durante los próximos 30 años. De lo que nadie dudaba era de que las elecciones de 2012 serían un mero trámite para el inquilino de la Casa Blanca, y pocos dudaban de calificar de iluso a los que se atrevían a mencionar, aunque fuera tangencialmente, al Presidente Carter.

Mucho han cambiado las cosas y, a dos semanas de las elecciones, Obama celebra el empate, en las encuestas y en la recaudación, ante un rival multimillonario, insolidario, torpe, cambiante, frío, incapaz de superar el 25% del voto hispano y que está realizando una campaña para olvidar (siempre según los analistas españoles). Quizás por eso los analistas no terminan de creerse los resultados, y siguen el día a día de la campaña sólo para poder anunciar el despegue definitivo del Presidente de los Estados Unidos que, según ellos, se producirá en el momento en el que vean la luz los pocos indecisos, distribuidos entre los estados determinantes, que todavía no saben si votar a Obama o a Romney.

Este análisis, en mi opinión se olvida de otro grupo que será probablemente el determinante en esta campaña: los indecisos propios.

No hay duda que el éxito de Barack Obama en 2008 se debió en gran medida al éxito en el registro de nuevos votantes durante más de un año, logrando superar en número de votantes registrados como demócratas en casi todos los Estados. A ese incremento espectacular en el número de votantes potenciales, que además acudió masivamente a las urnas, se añadió un desencanto generalizado entre los votantes republicanos, unos decepcionados con el Presidente Bush, otros escépticos con el perfil del candidato John McCain. Con unos y con otros la campaña de Obama hoy tiene un problema.

La marea humana que acudió a las urnas en 2008 lo hacía, como apuntaba la propia publicidad de la campaña, impulsados por la esperanza, convencidos de que el cambio era más que un lema electoral y enamorados de un candidato joven, inteligente, cercano… Esa ilusión, casi mágica, ha ido desapareciendo durante los cuatro años y esta elección la decidirán no aquellos que aún no saben a quién votarán sino aquellos votantes de Barack Obama que decidan quedarse en casa, y pueden ser muchos. De ahí el efecto devastador del primer debate donde el Presidente se mostró fundamentalmente pasivo y la actuación de Joe Biden en el debate de candidatos a la Vicepresidencia, en el que demostró que, a pesar de sus muchos pesares, es un político tradicional, de los de antes. La labor de movilizar a este público no es fácil, aquí no sirve la política del miedo y es muy difícil transmitir ilusión después de cuatro años malos, y no sé hasta que punto la cosa se arregla siendo más agresivo.

Por el otro lado no se puede negar que Romney no entusiasma pero Ryan ha venido a echarle una mano (algo que ya hizo en septiembre de 2007 hizo Sarah Palin con McCain) demostrando además ser un candidato sólido y preparado para liderar el país si llegará el momento. Además, aunque me parece que el rechazo que genera Obama no es comparable al que producía George W. Bush en el 2007, su presencia tiene un efecto movilizador entre los republicanos, que no ejerce Romney sobre los demócratas.

De esto irán las últimas semanas de campaña Romney intentando desmotivar al votante demócrata, y Obama tratando de devolverle la ilusión. Ninguna de las dos tareas es sencilla pero creo que quién lo consiga será el próximo Presidente de los Estados Unidos.